Sus padres, tanto de Píramo como de Tisbe, se oponían al amor que ellos dos sentían, pero eso no impedía que lo sintieran con la intensidad en que lo hacían.
Pese a que no podían verse debido a sus familias, hablaban siempre a través de una grieta en la pared que había en sus casas, como tanto tiempo antes habían hecho.
Un día, quedaron en salir por la noche de sus respectivos hogares y verse bajo una morera para así estar juntos de una vez por todas.
Ya entrada la noche, la primera en aparecer fue Tisbe, que llevaba un velo para cubrirse de los guardias que vigilaban.
Mientras esperaba a su amado, apareció una leona manchada de restos de sangre y, a la chica no le quedó más remedio que huir y esconderse hasta que el animal se marchase, mientras corría, se percató de que el manto que en un principio llevaba, había caído y que la felina ya lo había mordido y manchado con la sangre que cubrían sus fauces.
Al rato, llegó Píramo al árbol y encontró el velo, debido al aspecto que este tenía, él pensó que Tisbe había muerto y, al no soportar no estar con ella, se apuñaló con la espada que colgaba de su cintura.
Cuando Tisbe salió de su escondite y se encontró con semejante escena, al amor de su vida herido y tendido en el suelo, cogió el arma causante de la muerte del joven, aún llena de su sangre, y se dejó caer sobre ella después de desear que los enterraran juntos y que los frutos de la morera fuesen negros por toda la sangre derramada.
Y así fue. Los dioses y ambas familias se apiadaron de ellos. Les permitieron descansar juntos por toda la eternidad y, los frutos, que en otros tiempos habían sido blancos, se tornaron de un color oscuro como recuerdo de la historia que habían presenciado.
-Valeria Optima.
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